Aunque en un principio se asoció
a la cerámica de las tumbas de tiro con los tarascos, contemporáneos de los
mexicas; hasta mediados del siglo XX se descubrió que estos objetos eran
anteriores por lo menos en mil años. Hasta hace relativamente poco tiempo, lo
único que se conocía de los portadores de la tradición de tumbas de tiro eran
los objetos de cerámica y que enterraban a sus muertos en galerías excavadas en
el suelo (de donde el nombre de esta tradición). Casi desconocida, la mayor
colección de la cerámica clásica del Occidente de Mesoamérica fue presentada en
1998, con el subtítulo de Art and Archaeology of the Unknown Past. En la
actualidad se sabe que la tradición de las tumbas de tiro no caracteriza a un
área cultural unificada, aunque muchos arqueólogos continúan identificando con
este nombre a los pueblos que vivieron en el occidente de Mesoamérica durante
el Preclásico y el Clásico.
Consisten en un tiro o pozo de 2
a 16 metros de profundidad de sección circular o rectangular que se excava en
la tierra. Al llegar a determinada profundidad se excava hacia a un lado una o
varias cámaras funerarias que contendrá el cadáver y sus ofrendas. Estas
cámaras están comunicadas entre sí con pequeños túneles en las cuales se han
encontrado elementos ceremoniales que acompañaban a los muertos. Una vez hecho
el enterramiento, se cierra la comunicación entre la cámara y el tiro, se llena
el tiro de tierra y, en general, no queda ninguna huella de la tumba. Las
variaciones entre las tumbas pueden deberse a la calidad del subsuelo, a la
categoría social de la persona o de las personas enterradas o simplemente al
estilo de moda en determinada área o determinado tiempo. Por lo general las
tumbas de tiro pueden albergar a varios cuerpos.
Los estudios de las piezas
contenidas en las tumbas y algunos fechamientos por carbono 14 indican que su
uso cubre un período que va de poco antes de Cristo hasta el año 600. Algunas
de las tumbas son muy complicadas y tienen varias cámaras funerarias.
Las ofrendas constaban de piezas de cerámica con representaciones de hombres o mujeres en alguna actividad, como testimonio del tipo de vida que habían llevado (por ejemplo, cazadores, músicos, agricultores con sus enseres e indumentaria). También había piezas cotidianas o de ornato y su nahual, compañero en el viaje al inframundo, disfraz del dios de la muerte, que conduce o guía el alma del muerto a través de los nueve torrentes que separan al difunto del cielo. Este nahual era un animal que podía ser un loro, un pato, una víbora, aunque usualmente era un perro: estos animales popularmente se convirtieron en los perros pelones o izcuintli, figuras muy representativas y conocidas como emblema de Colima, de las cuales se tienen figuras similares en la cultura mochica del Perú.
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